LA MICHAY DE PAPOSO
Autora:
Fabiola Astudillo M. Cuarto Año – Escuela “Paranal” de Paposo.
Me contó la abuelita Dora, que en Paposo, hace mucho
tiempo, vivió una linda joven llamada Clara. Un gran señor pretendía con ella
casarse, pero Clara no le correspondía porque su amor se lo había entregado a
un joven pescador del lugar.
Su madre, como no veía con buenos ojos dicho amor, la envío
al cerro a pastorear las ovejas y los guanacos. En el cerro ella estaba tan
sola y triste que solía en las tardes caminar admirando las flores y el
paisaje.
Un día llegó hasta la majada su madre con la noticia que
el joven pescador se había ahogado en un día de marea alta. La joven, triste y
desconsolada, corrió hasta el cerro más alto y comenzó a llorar. Al día
siguiente su madre fue a buscarla y sólo encontró una hermosa flor de color
amarillo, actualmente es la hermosa flor llamada “Michay de Paposo”, que es
única en el mundo y florece una vez al año.
EL
MINERO BRUJO
Autor:
Edgardo Bignani D. Octavo Año - Escuela “Paranal” de Paposo.
Miro a mi abuelo y recuerdo lo que él una vez me contó.
Resulta que él era un gran minero, conocido como el minero brujo. Cuando era
más joven se destacaba por ser un minero
muy trabajador, fuerte; no sentía ni frío, ni calor, ni hambre cuando se
adentraba al pique de la mina “Sierra”, allá en los cerros aledaños al poblado
de Paposo. Por su esmero y constancia llegó a ser “maestro de pique”, muy
exigente con los demás pirquineros. Era tanto lo que trabajaba, extrayendo una
enorme cantidad de mineral, que sus compañeros decían que él era un brujo, que
con sus brujerías lograba sacar tanto mineral, ya que sus compañeros muchas
veces no lograban ganar para el sustento familiar, mientras que el abuelo
ganaba mucho dinero. Por esta razón, el dueño de la mina, don José Moreira,
debía darle vacaciones o descanso, para que así los demás pudieran ganar un
poco de dinero; pero muchas veces no aceptaba lo que se le pedía, quedándose a
trabajar en la mina.
El 11 de agosto de 1983, cerca de la una de la madrugada,
cuando el abuelo se adentraba a su mina llevando la pólvora, guías, etc., en su
cuerpo, es que una de ellas fue detonada al ser golpeada accidentalmente en la
escalera que el abuelo bajaba. Fue tal la explosión, que el pobre abuelo fue
lanzado varios metros hacia arriba para caer después al pique. De ahí su
traslado a un centro hospitalario, cerca de catorce meses. Se temía por su
vida, se creía que no sobreviviría al gran accidente. Fue dado de alta y
sentenciado; ”no volvería más a su mina”. En el cuerpo del abuelo se ven las
grandes cicatrices, su cuerpo lleno de marcas del “tiro”, como muestra de
hombre de mina.
Hoy el abuelo, ya sin poder caminar, sólo añora su mina;
solo, sin más compañía que sus relatos de minas al atardecer. Esta historia yo
les cuento en homenaje a mi abuelo, don Arturo Albino Díaz Díaz, que ya tiene
85 años.
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