martes, 22 de julio de 2014

MÁS... DE PAPOSO



LA MICHAY DE PAPOSO

Autora: Fabiola Astudillo M. Cuarto Año – Escuela “Paranal” de Paposo.

 
            Me contó la abuelita Dora, que en Paposo, hace mucho tiempo, vivió una linda joven llamada Clara. Un gran señor pretendía con ella casarse, pero Clara no le correspondía porque su amor se lo había entregado a un joven pescador del lugar.

             Su madre, como no veía con buenos ojos dicho amor, la envío al cerro a pastorear las ovejas y los guanacos. En el cerro ella estaba tan sola y triste que solía en las tardes caminar admirando las flores y el paisaje.

             Un día llegó hasta la majada su madre con la noticia que el joven pescador se había ahogado en un día de marea alta. La joven, triste y desconsolada, corrió hasta el cerro más alto y comenzó a llorar. Al día siguiente su madre fue a buscarla y sólo encontró una hermosa flor de color amarillo, actualmente es la hermosa flor llamada “Michay de Paposo”, que es única en el mundo y florece una vez al año.



 

 

 
 EL MINERO BRUJO

Autor: Edgardo Bignani D. Octavo Año - Escuela “Paranal” de Paposo.

 
            Miro a mi abuelo y recuerdo lo que él una vez me contó. Resulta que él era un gran minero, conocido como el minero brujo. Cuando era más joven se destacaba por ser un  minero muy trabajador, fuerte; no sentía ni frío, ni calor, ni hambre cuando se adentraba al pique de la mina “Sierra”, allá en los cerros aledaños al poblado de Paposo. Por su esmero y constancia llegó a ser “maestro de pique”, muy exigente con los demás pirquineros. Era tanto lo que trabajaba, extrayendo una enorme cantidad de mineral, que sus compañeros decían que él era un brujo, que con sus brujerías lograba sacar tanto mineral, ya que sus compañeros muchas veces no lograban ganar para el sustento familiar, mientras que el abuelo ganaba mucho dinero. Por esta razón, el dueño de la mina, don José Moreira, debía darle vacaciones o descanso, para que así los demás pudieran ganar un poco de dinero; pero muchas veces no aceptaba lo que se le pedía, quedándose a trabajar en la mina.

             El 11 de agosto de 1983, cerca de la una de la madrugada, cuando el abuelo se adentraba a su mina llevando la pólvora, guías, etc., en su cuerpo, es que una de ellas fue detonada al ser golpeada accidentalmente en la escalera que el abuelo bajaba. Fue tal la explosión, que el pobre abuelo fue lanzado varios metros hacia arriba para caer después al pique. De ahí su traslado a un centro hospitalario, cerca de catorce meses. Se temía por su vida, se creía que no sobreviviría al gran accidente. Fue dado de alta y sentenciado; ”no volvería más a su mina”. En el cuerpo del abuelo se ven las grandes cicatrices, su cuerpo lleno de marcas del “tiro”, como muestra de hombre de mina.

             Hoy el abuelo, ya sin poder caminar, sólo añora su mina; solo, sin más compañía que sus relatos de minas al atardecer. Esta historia yo les cuento en homenaje a mi abuelo, don Arturo Albino Díaz Díaz, que ya tiene 85 años.





 

 

 

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