viernes, 25 de julio de 2014

LOS TRES ALGARROBOS




LOS TRES ALGARROBOS
 
(La Cultura Popular del Litoral del Desierto - Domingo Gómez Parra)
 
 
                  La presencia precolombina de los antiguos changos en el litoral taltalino se aprecia en numerosos, variados e interesantes testimonios, tales como los conchales en las proximidades de  playas y roqueríos, enterramientos con completos ajuares funerarios, petroglifos, hermosas pinturas rupestres y restos de rutas de comunicación con el mundo andino.
 
                   La presencia europea en la época colonial se manifiesta documentalmente en la entrega de extensas tierras a unas pocas destacadas personalidades y en el establecimiento de una encomienda destinada a facilitar la conversión religiosa de los trashumantes de nuestras costas. Desde esta época y probablemente también desde antes, aunque deben continuar esperando ser rescatadas, provienen numerosas historias y leyendas. Son muchos los viajeros, expedicionarios, científicos, aventureros y también corsarios, piratas y bandidos que recorrieron estas pampas, costas y aguas oceánicas.

                    En una de las leyendas que narran los habitantes de pequeñas caletas y del puerto, se señala que, con relativa frecuencia, se aproximaban a las costas barcos piratas y también aquellos cuyas tripulaciones, no soportando los prolongados viajes de navegación se rebelaban tomando ellos el mando. Piratas y sublevados llegaban hasta las bahías para reponerse de las heridas, protegerse de las autoridades y, principalmente, buscando la preciada agua de algunas vertientes, frágiles cascadas producto de las lluvias o la ligeramente salinas extraídas desde los pozos.

                      Quienes conocen la historia, la protegen celosamente como una herencia familiar. Los abuelos contaron a los padres y éstos a los hijos, hasta llegar a hoy, según dicen...

                      Hace muchísimos años, llegó hasta estas costas uno de esos barcos, con una escasa tripulación española. La soledad y la ambición descontrolaron sus actitudes y, enloquecidos por las riquezas que transportaban, decidieron enterrarlas en una quebrada o en los cerros cerca de la costa. Tres algarrobos que colocaron por allí, formando un triángulo, serían la fórmula para ubicar el tesoro. En uno de los hoyos que hicieron para transplantar los algarrobos, depositaron el gran y valioso tesoro.

                      Cuando regresaban a embarcarse por entre las rocas de la quebrada, comenzaron a profundizarse las ambiciones y a aflorar antiguas y nuevas disputas que, una vez más, terminaron en una generalizada "batalla campal".

                       Algunos, muertos; otros heridos y desangrándose, se arrastraban hacia la costa. Las heridas, los odios y la ambición los acompañaban constantemente, reanudando los mortales enfrentamientos personales. Así, sólo un par de ellos pudo llegar hasta la playa, donde, moribundos, les encontró un pequeño grupo de changos. A éstos relataron la historia.

                        Preocupados de cosas trascendentes como sobrevivir, alimentarse, protegerse unos con otros, mantener unidos al pequeño clan, los changos mostraron un total desinterés por el oculto tesoro. Sin embargo, en los breves descansos que dejaban las fatigosas y prolongadas jornadas navegando en balsas de cuero, tras el cardumen generoso, o en las noches cobijados bajo los toldos de pieles marinas, abrigando sus cuerpos cobrizos con los salinos cuerpos de sus mujeres recolectoras, recordaban lo que aquellos moribundos balbucearon.

                         Se cuenta muy calladamente, en algunas familias por cuyas venas corre sangre de los nómades del litoral desértico que, necesitados de recursos para sobrevivir, algunos vecinos han recorrido la quebrada que protege aquel tesoro español.

                         Dicen que el oculto tronco de dos de los algarrobos ya han sido descubierto, por eso que en los cerros que rodean el Muelle de Piedra y en casi todos los rincones de Tierra del Moro, encontraremos hoyos, tierra suelta, piedras dispersas. Por allí, en algún lugar, el escondido tesoro de los españoles, protegido quizás por los violentos espíritus de sus guardianes, espera y espera que, algún día, alguien que lo merezca, lo descubra.

                         Eso dicen...  algún día...





 

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