EL NIÑO POBRE.
Del Libro “La Cultura popular del Litoral del Desierto” (Domingo Gómez Parra)
En las noches paposinas, cuando los hombres se han internado en el mar, tras el congrio, el dorado y las variadas riquezas alimenticias que se acunan en la profundidad de sus aguas; cuando los niños-pastores han regresado desde los faldeos costeños, a los canales próximos al pueblo, cuando las mujeres reúnen al grupo familiar junto al calor de la cocina pobre. Entonces, dicen que…
Era una vez un niño pobre, al que su madre todos los días enviaba “al campo” – el pedrerío de verdes espinas y cactáceas -, en busca de leña para la cocina. Con ella, la humilde mujer preparaba algunas comidas y tortillas. Una de estas entregaba a su hijo para que se alimentara durante el día.
Caminando, caminando entregando miga tras miga a las avecillas que le acompañaban, el niño llegaba hasta un pozo con agua. Allí, cerca de él se tendía en el suelo para dormir largo rato; cuando, al comenzar a entrarse el sol en la gran laguna salada, el primer vientecillo frío lo despertaba para recordarle que debía reunir la leña necesaria para la cocina hogareña, entonces, regresaba a casa cargado de trozos de catáceas.
Un día cualquiera, una de las avecilla que lo acompañaba en su larga y solitaria caminata le dijo:
- Buen niño. Como tú eres el único que no “peñazquea” a los pajaritos y también eres el único que compartes tu comida con nosotras, te voy a regalar una varillita. Lo que tú le pidas a ella, te lo dará.
Luego de agradecer el regalo, el niño, siguiendo su costumbre, se puso a dormir. Ese día quizás porque razón, cuando despertó era bastante tarde. Asustado, recordó la varillita, diciendo:
- Varillita, por favor, usa la virtud que Dios te dio. Ayúdame… Que aparezca un cerro de leña y yo encima de ella.
Y, entonces, comenzó a crecer un cerro de leña, con el niño encima. Con tanto ruido, toda la gente del poblado salió a mirar que ocurría y entre ella, la princesa. Cuando el niño la vio, enamorado de su belleza dijo:
- Varillita, varillita, por las virtudes que Dios te ha dado, embaraza a esta princesa.
Llegó el niño a su casa, entregándole el cerro de leña a su mamá.
- Mamá, ahí tienes leña para nosotros, para que vendas y para que regales.
Pasó el tiempo que tenía que pasar para que la princesa tuviera su hijo. El rey desesperado, enojado, rabioso, pensaba y también gritaba:
- ¡Esto no puede ser!, ella estaba bajo siete llaves...No, alguien tiene que haber entrado...Si...la culpa la tienen las cuidadoras.
- Voy a poner a este niño en un altar con una naranja de oro. Después haré pasar a todos los hombres donde esté el niño, como la sangre tira, el niño reconocerá a su padre. Ahí lo pillaré.
El rey hizo lo pensado; el niño se puso a jugar con la naranja de oro, mientras los varones pasaban y pasaban frente a él. Al final de la fila, recién venía el niño pobre; cuando lo vio, el hijo de la princesa le tiró la naranja de oro.
- ¡Ah!, niño travieso. ¿por qué le pegas tan fuerte a tu padre? - dijo el niño pobre.
Entonces, el rey reconoció al padre de su nieto.
-¡Este será el marido de mi hija!, dijo el rey.
La princesa y el niño pobre se casaron. Fueron muy felices y el niño pobre no fue más pobre.
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