martes, 22 de julio de 2014

LA ISLA DE PAPOSO



LA ISLA DE PAPOSO

Del Libro “La Cultura popular del Litoral del Desierto” (Domingo Gómez Parra)


          Las leyendas nacen de las historias verdaderas que la gente decide perpetuar en la memoria colectiva de un pueblo, contándolas de generación en generación, agregándoles algo, quitándoles algo… Pero las leyendas nacen de historias verdaderas, o de visiones que tiene, a veces la gente, y que son tan fuertes, tan vividas, que se consideran verdaderas.

         Al iniciar el último siglo del milenio que se va, vecinos paposinos tuvieron una visión, de la cual surgió la leyenda que hoy compartimos.

        A principios de la primavera, cuando después de las fiestas dieciocheras, el húmedo frío costero comienza a batirse en retirada y los faldeos costeros muestran sectores de hermosas y leales flores, cuando los pájaros revolotean en la orilla del mar, regresando desde el desierto cálido para hundirse en las aguas  de azul profundo buscando el pejerrey, el tomoyo, la pescada… Fue en ese entonces, cuando pescadores paposinos vieron unas bellas sirenas que, al ritmo de un hermoso y sincronizado estilo, rodeaban la pequeña isla de la caleta, mostrando en todo su esplendor su juvenil y femenina belleza.

         En la isla se podía observar un grupo de personajes que, vestidos como en la época colonial, paseaban en sus hermosos coches y carrozas arrastrados por caballos. Ellos llegaban hasta la proximidad de la marea, para bajar de sus vehículos y acercarse hasta donde rompían las olas. Allí llamaban con voces varoniles y enamorados a las sirenas, éstas les extendían sus brazos para que sus enamorados las ayudaran a salir de la mar.

         Eso cuentan los viejos paposinos y aseguran que así se lo contaron sus abuelos.

         Sonia decía que no podía asegurar si aquello ocurrió o no, si era verdad o no; tampoco podía aseverar si los caballeros llegaron a alcanzar a sus hermosas sirenas. Creo, decía Sonia, que para asegurarse de lo que pasó, uno tiene que ir a Paposo y colocarse frente a la isla, una noche tranquila de luna llena, a principios de primavera.











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